#Editorial "MarcaPazos por @NANCYPAZOS " MIEDO" @La990Radio - 1138280990

Cuando nuestro país restableció su democracia, allá por 1983, sentíamos terror por la posibilidad de que las fuerzas armadas vuelvan a tomar el poder del país. Sabíamos que las botas podían pisotear a los votos como lo habian hecho otras veces. Y si no estábamos convencidos de ello, cada rebelión carapintada hacía todo lo posible para que lo recordáramos. Luego sobrevino el miedo a la hiperinflación que licuaba en minutos el sueldo recién cobrado. La desesperación se hizo incontenible y de ahí al saqueo hubo solo un paso. Paso que se dio para terror y angustia de pequeños y medianos empresarios ¿se acuerdan del llanto inconsolable del comerciante chino al que le habían vaciado el supermercado? Por supuesto que también estuvieron los que sospecharon que toda esa rebelión popular había sido organizada por la oposición política. Y ahí también se escondía un miedo, pero un miedo más cercano al asco que al terror: el miedo a que la política se haya infectado de chantaje. Como sea, cuando llegó la calma a los bolsillos y, en consencuencia, a las calles, surgió otro miedo: a que la hiperinflación vuelva y ya no sólo licúe el poco dinero que teníamos sino los ahorros de media vida. Cuando ese miedo se hizo realidad y se llamó Corralito la calle volvió a ser escenario de la bronca desesperada que es la peor de las broncas. Diciembre se volvió a teñir de furia y de muertos que aún lloramos. Hoy uno de los miedos más fuertes es a quedarnos afuera. No sólo porque afuera hace frío sino porque nos caemos del sistema que nos da entidad y nos contiene. Sino ¿qué es un desocupado sino un desaparecido del sistema? Y es que el miedo es el instrumento más primitivo que el poder de turno agita cuando necesita fortalecerse. Y es efectivo. Porque, como sabemos todos, si no tenemos miedo, podemos ser o hacer cualquier cosa. Pero si sólo tenemos miedo ya no sabemos qué somos y en qué nos pueden convertir. Read more

Cuando nuestro país restableció su democracia, allá por 1983, sentíamos terror por la posibilidad de que las fuerzas armadas vuelvan a tomar el poder del país. Sabíamos que las botas podían pisotear a los votos como lo habian hecho otras veces. Y si no estábamos convencidos de ello, cada rebelión carapintada hacía todo lo posible para que lo recordáramos. Luego sobrevino el miedo a la hiperinflación que licuaba en minutos el sueldo recién cobrado. La desesperación se hizo incontenible y de ahí al saqueo hubo solo un paso. Paso que se dio para terror y angustia de pequeños y medianos empresarios ¿se acuerdan del llanto inconsolable del comerciante chino al que le habían vaciado el supermercado? Por supuesto que también estuvieron los que sospecharon que toda esa rebelión popular había sido organizada por la oposición política. Y ahí también se escondía un miedo, pero un miedo más cercano al asco que al terror: el miedo a que la política se haya infectado de chantaje. Como sea, cuando llegó la calma a los bolsillos y, en consencuencia, a las calles, surgió otro miedo: a que la hiperinflación vuelva y ya no sólo licúe el poco dinero que teníamos sino los ahorros de media vida. Cuando ese miedo se hizo realidad y se llamó Corralito la calle volvió a ser escenario de la bronca desesperada que es la peor de las broncas. Diciembre se volvió a teñir de furia y de muertos que aún lloramos. Hoy uno de los miedos más fuertes es a quedarnos afuera. No sólo porque afuera hace frío sino porque nos caemos del sistema que nos da entidad y nos contiene. Sino ¿qué es un desocupado sino un desaparecido del sistema? Y es que el miedo es el instrumento más primitivo que el poder de turno agita cuando necesita fortalecerse. Y es efectivo. Porque, como sabemos todos, si no tenemos miedo, podemos ser o hacer cualquier cosa. Pero si sólo tenemos miedo ya no sabemos qué somos y en qué nos pueden convertir. Read less