September 27, 2018 22:04
00:00 / 14:20
40 plays
La primera vez que la dignidad peronista me puso en mi lugar, fue cuando critiqué a Perón, desde mi soberbia clasemediera, adelante de Marga, la señora que me cuidó toda mi infancia y adolescencia. Una mujer sublime, que amo y amaré por siempre. Tipeo las letras de su nombre e inevitablemente lloro. La extraño con una inmensidad oceánica. Espero todavía sus tostadas con manteca, la hora de la novela que mirábamos juntas a escondidas de mi vieja, el bizcochuelo que hacíamos juntas los días de lluvia, la caminata a la juguetería 1810 para mirar la vidriera y volver llena de gozo, aunque no compráramos nada. Marga era magia. Una mujer inmensa. Una arrabalera de profunda dignidad. Amaba el tango, y me sé las letras de casi todos los tangos por haberla escuchado cantarlos, con la radio de fondo, mientras preparaba la comida en la cocina. Read more
La primera vez que la dignidad peronista me puso en mi lugar, fue cuando critiqué a Perón, desde mi soberbia clasemediera, adelante de Marga, la señora que me cuidó toda mi infancia y adolescencia. Una mujer sublime, que amo y amaré por siempre. Tipeo las letras de su nombre e inevitablemente lloro. La extraño con una inmensidad oceánica. Espero todavía sus tostadas con manteca, la hora de la novela que mirábamos juntas a escondidas de mi vieja, el bizcochuelo que hacíamos juntas los días de lluvia, la caminata a la juguetería 1810 para mirar la vidriera y volver llena de gozo, aunque no compráramos nada. Marga era magia. Una mujer inmensa. Una arrabalera de profunda dignidad. Amaba el tango, y me sé las letras de casi todos los tangos por haberla escuchado cantarlos, con la radio de fondo, mientras preparaba la comida en la cocina.